Tetracanthus (Ciclido Cubano) Bartolome de las Casas ya lo menciono..

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Ciclido1
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Tetracanthus (Ciclido Cubano) Bartolome de las Casas ya lo menciono..

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¿Ha entrado usted a la tercera edad? Entonces no hay dudas de que es de los cubanos que conoce la biajaca criolla (Cichlasoma tetracanthus), un pez elogiado por científicos, literatos y patriotas

Después de sobrevivir hasta en las más extremas condiciones en las aguas dulces de Cuba y de haber servido de alimento a los primeros pobladores del archipiélago, hoy día habría que preguntarse si la endémica biajaca criolla (Cichlasoma tetracanthus) está llegando al límite de su capacidad de adaptación y podría hallarse frente a un verdadero riesgo ecológico a causa de nuevos retos, debidos principalmente a la acción humana.
Probablemente los cubanos más jóvenes jamás hayan visto algún ejemplar de esta carismática especie, que hace medio siglo todavía podía considerarse captura mayoritaria en ríos y lagunas del territorio nacional. Vivos testimonios de las guerras de independencia revelan que este pez era con frecuencia el único alimento de los combatientes mambises. Lo revela así El Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria:
Por la tarde me regalaron los Queraltas tres biajacas y con una nasa que hizo Eusebio el asistente, trajo otras del Contramaestre; de modo que pude cenar una y aplacar un tanto el hambre (que) sentía (pero) (que) siempre he ocultado a los demás...
En 1990, dos especialistas del Instituto de Ecología y Sistemática presentaron a un forum científico un estudio en el que por primera vez se daba la alerta acerca del acelerado proceso de extinción que enfrenta la biajaca criolla. En un trabajo en el que se proponían soluciones a la evidente declinación de la especie local, los biólogos Armando Pérez y Roberto Duarte enumeraban los principales factores adversos que afrontaba el endémico cíclido, entre ellos la depredación por los foráneos trucha y pez sol, que alcanzaba a los huevos, larvas, juveniles y adultos, y en ciertos casos la competencia por el alimento que hacía la segunda de esas especies.
Además de los cambios que introdujo en el hábitat de la especie la intensificación del represamiento de los ríos durante el último medio siglo, también con el desarrollo alcanzado por la acuicultura cubana a partir de la década de los sesenta, la biajaca criolla fue impactada por nuevas interacciones ecológicas con las especies introducidas y por la práctica de la pesca comercial. Para sustentar la supervivencia del endémico cubano en estas circunstancias, Pérez y Duarte propusieron la cría artificial de biajacas y su explotación comercial.
La estrategia de los investigadores pretendía salvar la principal desventaja de la biajaca criolla frente a un nuevo invasor, la tilapia, de mayor talla y perteneciente a la misma familia zoológica, los cíclidos. Aunque en apariencia no presentaban conflictos en el aspecto alimentario —no consumen los mismos alimentos ni, al parecer, se depredan una a otra— el parentesco mostraba un costado negativo por la coincidencia en época y sustrato reproductivo, en lo cual la biajaca resultaba desplazada por su más fuerte contrincante, la que además era sistemáticamente repoblada.
Estudios realizados en 1979 por el Centro de Investigaciones Turísticas, con vistas a promover la oferta de pesca recreativa de la trucha en la Laguna del Tesoro, dieron como resultado que la biajaca representaba el 46,7 % de la población de peces de ese cuerpo de agua, mientras las truchas eran el 24,3 % y el pez sol el 20,6%. En la relación de especies existentes entonces en el importante humedal, no se hallaban la tilapia ni la claria, hoy presentes en toda la Ciénaga de Zapata.
El trabajo experimental permitió demostrar que nuestra biajaca alcanzaba en alrededor de un año el peso de 230 gramos, considerado comercial para la tilapia. Para la producción de juveniles, los investigadores concibieron una biotécnica poco costosa, con estanques de nueve por tres metros de superficie y menos de un metro de profundidad, en los que los que los reproductores se apareaban y se llevaba a cabo la puesta. Los cálculos indicaban que unas ocho parejas producirían hasta 100 000 alevines por puesta en cada estanque del tipo descrito, los cuales podían introducirse en embalses para cultivo junto con tilapia, a condición de que contaran con suficiente cobertura vegetal y pocos depredadores, como trucha y clarias.
“Por ser un endémico de nuestro país, la biajaca constituye a la vez un patrimonio nacional y universal que nuestro Estado Socialista tiene el deber de proteger y conservar y por lo tanto, el problema de su extinción no solo es científico, sino también social, jurídico y de creciente relevancia política, dado el auge del movimiento ecologista internacional”, señalaban los biólogos Pérez y Duarte en el informe técnico del logro Repoblación de embalses con biajaca.

Pez con historia
No hallaría don Antonio Parra interesante a la común biajaca criolla, que no la incluye en 1787 en su Descripción de diferentes piezas de historia natural, pero hay fuente más antigua; Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias dice a este respecto: “Hay así mismo lo que los indios llaman Dihajaca, estas son como mojarras de Castilla, difieren algo de las mojarras en tener las escamas prietecitas y las mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también sabrosos y muy sanos”.
La biajaca criolla, pez autóctono, sin duda estaba siempre al alcance del necesitado. De hombres que vivían de esta pesca escribió el cuentista y periodista Onelio Jorge Cardoso:
– Este negocio de la pesca de agua dulce, es un negocio chiquito, pero tiene poca competencia, porque el mundo está hecho de pudientes pa lo bueno y pobres pudientes pa lo malo. El primero le mete al peje de mar, para él se hizo el pargo y to lo fino que dan las aguas del mar. No come peje de lagunas porque dice que sabe a fango, no sabe que sabe a gloria, pero no importa porque queda el pudiente pobre que me compra a mí la carpita de agua dulce, el peje sol, la biajaca y la trucha de Arigüanabo.
El nombre de este pez fluvial ha aparecido muy discretamente entre los toponímicos nacionales. Un “Río de Biajacas” es localizado por Jacobo de la Pezuela fluyendo de Madruga hacia el sur, en la provincia de La Habana. Su diccionario, publicado en 1863, cita igualmente una laguna de Las Biajacas, cerca del pueblo de Las Tunas, un charco de igual denominación por la zona de Calabazar de Sagüa; un arroyo que corre hacia el sur en Puerto Príncipe, o sea, la actual Camaguey, y otro río, pequeño, que lo hace hacia el norte para desembocar en la costa del partido de Baja, jurisdicción de Pinar del Río.

Bajo la mirada de los ictiólogos
En la Ictiología Cubana, obra que en 1883 le premian al sabio cubano Felipe Poey y Aloy en la Exposición Internacional Colonial y de Exportación General de Ámsterdam, la biajaca criolla, o viajaca, como le llama el autor, aparece identificada con el nombre científico de Acara fusco-maculata, aunque en obras anteriores la clasificaba como Nandopsis tetracanthus, que es el nombre científico que últimamente publican para la especie sitios especializados como FishBase, si bien permanece en uso Cichlasoma tetracanthus, que es la identificación sistemática que hallaremos en las publicaciones cubanas.
El patrón de coloración de la biajaca criolla aun podría ser susceptible de precisiones, pues los mismos ejemplares descritos por Poey muestran una sorprendente variedad: los hay blanquecinos, negruscos y azulosos, aunque aclara: “Las manchas y las fajas verticales son negras en todas las láminas”. Las hembras, en la etapa reproductiva, se reconocen por el intenso ennegrecimiento de sus manchas, mientras los juveniles llevan como insignia una mancha caudal bastante visible.
De Juan Vilaró, destacado ictiólogo discípulo de Poey, es este párrafo que admira a la biajaca en época de cría: “La hembra no se separa de su nidada y salida a luz la prole, la acompaña siempre y defiende de sus enemigos. Los guajacones particularmente, se encarnizan con las recién nacidas, sin dejarlas á sol ni á sombra; saliéndose no pocas veces con la suya, aunque las más pagan con la vida su intento. Es de ver en el trance a la biajaca, cómo yergue (sic) y despliega sus radios dorsales, abiertas las branquias, avizora, fosca, valerosa, lo mismo que una gallina sacada”.
Es ciertamente dura la vida de la biajaca, como dijo de ella el genial Poey. Después de evolucionar sirviendo de alimento al viejísimo manjuarí, tiene que mantenerse alerta frente a nuevos depredadores como la trucha, que en Cuba se ha reportado de hasta 18 libras y probablemente las haya mayores, o las clarias, o precaverse de los antojos de sus “primas” las tilapias, que engordan hasta 8 libras y usan las mismas áreas de desove. Y con todo lidiará el pez, defendiendo la cría contra pequeñajos voraces y acechantes, comiendo lo que haya con el más alegre apetito y, si el estanque se seca, resisten la asfixia enterrándose en el fango hasta que llueva. Esas sí son cubanas.
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